22 febrero – 1 junio 2025
Presentamos un año más una nueva edición de MACE FOCUS. Mostramos a la ciudadanía, con estas exposiciones, nuestra proyección y evolución de manera continua. Como si el museo fuera un ser orgánico que va madurando y creciendo, aceptando con responsabilidad las oscilaciones del pulso vital. Las narrativas -siempre individuales- de estas nuevas obras que cada año se van integrando, significan y hacen referencia a la complejidad de los tiempos que vivimos, permitiendo que cada una de ellas sea en sí misma una oportunidad para que podamos abrir la conciencia, permitir el crecimiento personal y explorar de manera más completa el terrero artístico de sus autores, en la creencia de que el arte ayuda a vivir con la incertidumbre. Y en la creencia también de que el museo es una herramienta única de utilidad social. Las aportaciones de los artistas son acciones propositivas de radical contenido que conviene escuchar y tomar en consideración, pues son como luces que alumbran en la noche. A su vez, es nuestra intención trazar vínculos de relación y diálogo abierto entre estas nuevas obras y la colección permanente, siempre desde el mayor respeto a la pluralidad, pero buscando los contextos inteligibles para que finalmente la colección tenga sentido, interés y compromiso con el presente continuo. Nuestra función, marcadamente didáctica, puede año tras año renovarse y fomentar el conocimiento, ofreciéndose a la comunidad social y escolar como un viaje apasionante. Creemos que la labor de investigación sobre nuestro presente, poniéndonos premisas de excelencia y representatividad, pueden ser más eficaces para nuestros propósitos y que así podemos colaborar mejor, en la medida de lo posible, en el desarrollo de la capacidad crítica y de la libertad de expresión, tan amenazadas en nuestros días.
En esta ocasión, el museo se ha planteado un cambio respecto a las anteriores ediciones de MACE FOCUS. Ese cambio consiste en desplegar las obras de los artistas participantes en todas las salas del museo, permitiendo que en la Sala de Armas se aloje una mayor y más extensa muestra de uno de ellos, en este caso Nico Munuera, situando las demás en zonas de intersección con las colecciones, los distintos espacios y sus respectivas poéticas.
Las obras de Irene de Andrés (Eivissa, 1986) del proyecto Donde nada ocurre, Idea (2012) y Heaven (2015), están situadas con intención claramente instalativa en la planta 1 y en la terraza contigua, incidiendo en la memoria del lugar y su posición en el espacio; aliándose con él o cuestionándolo, por encontrarse ya fuera del contexto original (en el caso de Idea marcadamente) o apelando a la descontextualización de la memoria selectiva y su impronta (Heaven). Esta última obra fue expuesta en Teoría de la alegría, colectiva de artista de Baleares, con la que el MACE quiso celebrar su 50 aniversario en 2020 y también pudo verse el verano pasado en el espacio de Sa Punta des Molí.
En Heaven, la artista profundiza en la naturaleza de la memoria emocional que a través de la fugacidad de la luz y su condición propia evoca la experiencia de la fiesta en las proto discotecas de la isla. Como si fueran fragmentos de una ruina que pervive en forma casi de documento, esta obra, nos recuerda el nacimiento del turismo de masas a mediados del siglo pasado, y como esto cambió para siempre el paisaje y la memoria colectiva de la experiencia de la isla. La voz de Irene de Andrés, critica y profunda nos permite ser conscientes de la enajenación del objeto y de su extrañamiento cuando el paso del tiempo incide sobre él, y nos impide olvidar su irreductible condición y capacidad de apelación sensible. La obra de Irene de Andrés surge de sus investigaciones y profundos análisis de cuestiones problemáticas del pasado reciente que con frecuencia se dan por amortizadas sin estarlo.
Las obras de Albert Pinya (Palma, 1985) instaladas con toda intención, en la plana – 2, próximas al yacimiento arqueológico del subsuelo, en donde se guardan restos de la civilización fenicia, romana e islámica, dialogan con aquellos subvirtiendo sus significados. Estas obras de Pinya alteran estos restos y sus contenidos en su condición de testimonios de la historia y nada más. Visita Necròpolis i Puig des Molins (2024) y Desembre’22 (2024) pudieron verse en el espacio Tur Costa el año 2024 junto a otras de cerámica que evocaban tanto los huevos de avestruz púnicos utilizados como urnas funerarias, como los populares huevos de Pascua, realizados en chocolate. Esta impregnación de sentido del humor junto a su incuestionable condición de dibujante y su cuestionamiento de los significados le permite crear iconos y signos muy cercanos a la iconografía de lo popular y al mundo del cómic, agitando al espectador y buscando su complicidad. La seriedad con la que se suele mirar el objeto arqueológico se ve aquí alterada por el tono desenfadado y la ironía representativa. La acción de Pinya consigue en este caso actualizar y refrescar la mirada. Nos permite repensar el pasado desde una perspectiva nueva y cercana, desacralizadora y al mismo tiempo respetuosa. Y nos permite legítimamente reasignar nuevos significados a los viejos significantes.
La obra Relaja el puño (2024) de Christ-Off (Alemania, 1959), está cercana a las poéticas del subconsciente y del proceder instintivo. Junto con una larga serie, formó parte de una exposición reciente del autor en Can Tixedó. Chist- Off, de formación autodidacta, estuvo activo en la isla desde 1983 y fue director y dinamizador de la Galería Cap Quadrat, en Santa Inés durante tres años, exponiendo también en la desaparecida Libro azul en Santa Gertrudis. Su obra formó parte de la colectiva Hic et Nunc, organizada por el MACE en 2002, que reflejaba un momento de esplendor de toda una generación de artistas de la isla. En este dibujo Christ-Off sigue fiel a una manera de trabajar y a un universo iconográfico marcadamente idiosincrático.
El retrato del pintor Vicent Calbet (Eivissa, 1938-Japón, 1994) y sus dos pequeños óleos donados por su compañero Antonio Tomás ( Valencia, 1939-2023), se presentarán junto a otra obra del autor de la colección permanente. Poco que añadir a estas pequeñas obras de juventud y etapas formativas salvo por su valor testimonial y documental. Su retrato a lápiz nos hace sentir su ausencia del panorama artístico local del que se fue prematuramente.
Por último se integran en esta exposición dos donaciones; la obra de Robert Llimós (Barcelona, 1943), fechada en 2004 y donada por David Parcerisas, y un cartel de cabaret de gran formato realizado por Bartomeu Escandell (Eivissa, 1902- 1976) donado por Concepción Comamala; una rara y exquisita pieza de colección de comienzos del siglo pasado que nos recuerda lo mejor del diseño modernista, realizado por una personalidad compleja; fue cantante, bailarín y anticuario entre otras muchas cosas.
NICO MUNUERA
SATURNALIBUS OPTIMO DIERUM
El poeta romano Catulo (s.I a.C) define las Saturnales como “el mejor de los días”. Lo categórico de la definición me ha parecido siempre un recordatorio de lo lejos que estamos ya de los ciclos agrarios, importándonos muy poco todo fenómeno natural, salvo que este sea de tal envergadura que altere o arrase nuestra abrigada y cómoda vida urbana. Por otro lado, entender que la premonición de la primavera se fragua en los albores del invierno, denota gran capacidad de observación y reflexión por parte del poeta, y me temo que hemos perdido un hábito que les pertenece ya solo a quienes aún viven en el campo o a las almas contemplativas. Por eso entiendo que celebrar en la antigüedad ese momento en el cual los días comienza a alargar, estaba plenamente justificado, lo mismo que estaría el no olvidarlo nunca, pues al fin y al cabo todos necesitamos de la tierra.
Estas festividades, que celebraban el solsticio de invierno, honraban al dios Saturno no sólo por su asociación al ciclo agrícola (sembrados y cosechas) sino por el triunfo de la luz, entendida real y metafóricamente, pues sin ella toda vida es imposible. No en vano, la festividad cristiana de Santa Lucía, asociada también a la luz y a los ojos, se sitúa a mediados del mes de diciembre, lo que es aprovechado por el refranero popular para recordarnos de manera sucinta; que “por Santa Lucía, acorta la noche y alarga el día”.
“El mejor de los días” es una reminiscencia hoy de un pasado en donde cultura y agricultura estaban fuertemente emparentadas. La fuerza del símbolo saturnal, se puede hacer extensible a todo lo productivo o generador de ciclos de renovación y fertilidad. De ahí que, al hacer coincidir esta exposición en ese momento de crecimiento de las horas de luz, cuando ya algunos amaneceres nos traen los aires premonitorios del mañana, y el olor de la tierra se deja sentir como un estímulo ilusionante y fecundo; solo promesa, solo atisbo al caer el sol, proyectamos nuestro deseo de ir hacia el esplendor de lo germinal; permitiendo que ese viaje sea en compañía y guía de estas pinturas de Nico Munuera, pues en gran medida poseen algo de gran despertar; una suerte de conciencia abierta a lo bello y a lo sublime a través de lo emocional; una puerta abierta de par en par que se llena de líneas de horizontes y luces (serie Torii).
Hay un silencio ritual que impregna la visión de estas grandes pinturas. Generan un ambiente de gran espiritualidad, como ocurre con la obra de algunos predecesores que inevitablemente nuestra memoria recuerda, como es la obra de Rothko o más cercana a nosotros, la de Juan Uslé, cuyos dibujos de la serie SQR pudieron verse en este museo en 2019.
Nico Munuera (Lorca, 1974) vive y trabaja tanto en Valencia como en Ibiza y sin embargo su obra no ha sido nunca antes expuesta aquí. Su exquisita actitud de respeto hacia las poéticas que la isla le inspira, se perciben ahora con nitidez en esta exposición, permitiéndonos ver hasta que punto lo analítico se nutre de lo retiniano y visual; así la naturaleza en su máxima expresión. O dicho en sus propias palabras “No sé si la pintura es paisaje o no lo es, pero es naturaleza”.
Munuera, en sus numerosos escritos, nos habla de su obra y de su vida con sucintas y precisas palabras y apela a ideas de gran coherencia entre pensamiento y forma: “Pintar no es crear. Pintar es unirse a ese fluir que pasa ante nosotros y dejar rastro de esa experiencia sobre el papel” / “La pintura es, más allá de lo que es mostrado” / “La pintura no brota de manera espontánea. No procede mágicamente de nada. Ya estaba ahí antes de llegar nosotros y proseguirá después de nuestra ausencia”. Cuando Munuera habla de “unirse a ese fluir” vemos inmediatamente la cadencia de los pinceles extendiendo la materia y el color con esos trazos horizontales tan característicos que ponen en relación todos los puntos cardinales, de oriente y occidente a norte y sur, y es inevitable sentir el aliento de los ocasos o los amaneceres, así el cénit o el orto, cuando se tiñen de colores intensos los cielos. La reminiscencia actúa sin proponérnoslo de manera consciente y creemos ver en algunos de estos cuadros, la profundidad de un paisaje, que sospechamos más conceptual que real, pero también real. La perspectiva cromática consigue dar una sutil lejanía y hondura a estas obras y a medida que se contemplan, más y más nos parece estar ante un infinito. En algunas pinturas, Munuera deja sin materia el lino y es entonces cuando vamos comprendiendo los elementos conceptuales de su trabajo. Se diría que el color se expande o se contrae la tela: juego de sutiles planos de las distintas materias en donde ambas dan y toman lo mejor de sí mismas. Y en algunos dípticos de pequeño formato (serie Margo terminus), la materia de la tabla apenas está manipulada en una mitad, mientras que en la otra el color se expresa.
Su pintura adquiere voces de diferente potencia o tono. A veces es como un susurro, apelando silencios y fugacidades, esencias efímeras de delicada y acuosa estructura que están entre el ser y el no ser. Otras veces resuena rotunda y vibrante como un rayo. Como si quisiera pintar el tiempo o la música; su condición inaprensible, trata de resolver el drama de lo concreto y físicamente tangible que la pintura tiene como arte. La pintura es objeto de dimensiones ponderables; nunca hay que olvidarlo.” Lo que se muestra ante nosotros es un tiempo muy concreto en una superficie de dimensiones determinadas”. Munuera escribe con frecuencia los títulos de sus obras en latín, como si tuviera conciencia de pertenencia a lo que culturalmente es suyo, pero también dice: “Llevo mucho tiempo interesado, fascinado o simplemente seducido por Oriente”. Esa dimensión, de ser tanto en lo propio; vamos a decir, como en lo ajeno, consigue acentuar lo espiritual de su trabajo y de su actitud.
Me resulta imposible no ver las pinturas de Nico Munuera desde lo interpretativo, a pesar de ser la suya, como apunta Enrique Juncosa, una obra de “naturaleza procesual y conceptual”. Digamos que ambas miradas son posibles y no se estorban. Pero cómo no evocar los atardeceres encendidos en obras como las de la serie Torii o el baile de las espumas del mar y los peces y algas, en las fugaces apariciones de color de la serie Ross Island. Oigo a Munuera en su libro catálogo Una vez aún, decir: “Existe en mi trabajo una constante intención de apropiación de la naturaleza. Una apropiación que consiste en un acercamiento extremo. No en un robo”…” A cada golpe de mirada la pintura se amolda en nosotros en el aquí y el ahora. …La pintura siempre es un presente absoluto. Una experiencia única, ligada a la fugacidad del tiempo…Una emoción y entendimiento absolutamente intransferible, donde cada cual solo recibirá aquello justamente que es capaz de absorber”.
Saturnalibus optimo dierum propone la contemplación activa y consciente de un conjunto de obras entendido como una unidad. Las alteraciones del ritmo y del tono, pueden ser entendidas o interpretadas como las partes de un todo sucesivo; la luz de un día que va alargándose ya hacia un mañana, como en una fuga de Bach.
Elena Ruiz
Febrero 2025